viernes, abril 21, 2006

Promesas de la tecnología RFID

Como cada miércoles, anteayer acudí al gimnasio con mi compañero de trabajo Jose. En nuestro gimnasio te entregan un carné de socio con una banda magnética, y cada vez que entras y sales al mismo, debes pasarlo por un lector de banda magnética.

Para el gimnasio esto resulta de gran utilidad ya que además de proporcionarles un control de acceso fidedigno, pueden estudiar en qué franjas horarias se utilizan más las distintas zonas del gimnasio (piscina, sala de pesas, salas de spinning, aerobic, etc.) y planificar así los horarios de las distintas actividades y las inscripciones de nuevos socios para evitar incómodas aglomeraciones.

Sin embargo, para el sufrido 'gimnasta' resulta muy pesado (por utilizar un eufemismo) pasar el carné por el lector de banda magnética cada vez que entras y sales del gimnasio.

Imaginaos. Como casi todo el mundo, acudes en los pocos huecos que deja la vida a hacer algo con tu cuerpo que evite una oxidación temprana. Corriendo y cargado con la bolsa de deportes, el móvil, las llaves, la cartera y el reproductor de MP3 llegas al gimnasio y, en lugar de pasar a toda prisa al vestuario, te ves obligado a descargar los bártulos, buscar el carnet, pasarlo por el lector (nunca funciona a la primera), guardarlo y volver a cargar los trastos antes de seguir.
En los meses de primavera y verano, para cuando acabas el procedimiento algunos ya estamos para la ducha.

El sentido común nos dicta que la tecnología debería facilitarnos este tipo de acciones, realizando la lectura de la tarjeta a cierta distancia del lector, sin necesidad de parar o realizar acción mecánica alguna, y en paralelo en el caso de que pasen varios socios cerca del lector de forma simultánea. En la era de las comunicaciones inalámbricas, el simple hecho de llevar encima el carné debería bastar.

Pues bien, en los próximos años este panorama va a cambiar de tal forma que veremos situaciones como la descrita en el párrafo anterior.

Y no solo en el gimnasio. Pensad en las colas para pagar en las autopistas, o en las del cajero del supermercado, y así un largo etcétera.

El artífice de este alarde de comodidad y eficiencia viene de la mano de la tecnología RFID (Radio Frequency Identification).

De hecho, aunque RFID tiene su nicho natural en las aplicaciones de gestión de las empresas, la lista de aplicaciones posibles es tan extensa como permita la imaginación ya que existen multitud de soluciones basadas en RFID implantadas en los más variopintos escenarios. Más adelante citaré algún ejemplo curioso.

De forma muy resumida, RFID describe sistemas que transmiten inalámbricamente (por señales de radio) la identidad de un objeto o una persona. Se incluye dentro del grupo de tecnologías de identificación automática, que incluyen códigos de barras, bandas magnéticas, lectores ópticos de carácters y algunas tecnologías biométricas.

Todas estas tecnologías, como los códigos de barras, requieren requerir a una persona para escanear manualmente una etiqueta, sin embargo, RFID está diseñado para transmitir dicha información a un sistema informático sin que se necesite la intervención de ninguna persona.

Como ya he adelantado, las aplicaciones más importantes de este sistema se desarrollarán en el entorno empresarial. Así, gracias a RFID se puede integrar con cierta facilidad la logística de varias empresas, acercándose al paradigma de la gestión de la calidad total. Empresas como Gillette o las gigantescas WalMart y Procter&Gamble, ya han adoptado la tecnología RFID.

Con ella, las empresas pueden saber con exactitud en qué fechas les son enviados qué productos por sus proveedores o cuánto stock y qué composición exacta tiene en un instante determinado.

Además, como cada etiqueta almacena datos de un solo producto (pensemos en un pack de yogures) proporcionan una trazabilidad perfecta que permite conocer datos tan precisos como el origen del producto, la fecha de caducidad, la fecha de fabricación, etc.

Técnicamente, una etiqueta RFID se basa en un microchip conectado a una pequeña antena de radio. Cada microchip puede almacenar una pequeña cantidad de información como por ejemplo, nombres, fechas de entregas y de caducidad, destinos, etc.

Para obtener la información almacenada en una etiqueta RFID se necesita un lector, que básicamente está compuesto por una antena, un emisor de radio y la electrónica que gestiona el sistema.
El lector emite ondas de radio y recibe en respuesta señales de la etiqueta RFID que a su vez son enviadas a un ordenador.

Como toda tecnología emergente medianamente interesante, RFID viene acompañada de un aura de el_más_maravilloso_y_poderoso_de_los_inventos_realizados_por_la_humanidad que, pese a su innegable utilidad, debemos desmitificar. RFID no es ni más ni menos que un potente sustituto de las etiquetas de códigos de barras y otras tecnologías similares.

Se trata de una tecnología madura que lleva en el mercado un buen puñado de años. El hecho de que no se haya extendido masivamente se debe principalmente a dos motivos.

El primero de ellos, su majestad la economía. Aunque ha ido abaratándose, el precio de las etiquetas varía entre 15 y 40 céntimos de dólar. Si pensamos en un gran almacén o en un supermercado y en que debemos etiquetar todos los productos, una rápida estimación a ojo de buen cubero nos indica que se deben realizar inversiones importantes para implantar RFID.

En 1999 se creó el Auto-ID Center en el MIT bajo la tutela del Uniform Code Council, EAN International, Gillette y Procter&Gamble, con el fin de crear etiquetas RDIF para sistemas pasivos al precio de 5 centimos. Los precios de las etiquetas siguen bajando y ese objetivo no parece muy lejano.

Cuando esto suceda veremos como la mayoría de las empresas adoptan paulatínamente RFID en sus procesos productivos y de control de stocks.

El segundo motivo que frena el despegue masivo de RFID afecta sobre todo a las aplicaciones que t y no es otro que la privacidad y la intimidad del ciudadano.

Pensemos que fuera del entorno empresarial, podemos usar RFID para trazar la actividad de una persona con un detalle hasta ahora inimaginable. Al igual que llevamos la tarjeta VISA en nuestra cartera en el futuro llevaremos otras equipadas con un microchip RFID y que al pasar por los distintos lectores instalados en una ciudad dieran información sobre nosotros.

Si además, realizamos nuestras compras pagando con ese mismo tipo de tarjetas, estamos dejando un amplísimo conjunto de datos sobre nuestra actividad cotidiana. Cualquiera que tuviera acceso a todos estos datos podría saber con facilidad cuándo y dónde hemos estado y qué compras hemos realizado. Se trata desde luego de un escenario de Gran Hermano, ya que el uso de estos datos se encuentra regulado y, para que una trazabilidad resultara completa, un organismo o gobierno debería tener acceso a todas las bases de datos de todos los lectores por los que dejáramos nuestra huella digital. No imposible, pero muy difícil.

De todas formas, y por si las moscas, hay quién se fabrica carteras de a prueba de RFID (para asegurarse que ningún lector pueda comunicarse con los chips RFID instalados en sus tarjetas).

Recordemos que, salvando las diferencias, el comercio electrónico ya ha pasado por un trance similar, al solicitar datos sensibles de los usuarios, como su cuenta bancaria o el número de tarjeta a través de un medio tan oscuro (para algunos) como es internet. Todos esas transacciones pasan a las bases de datos . En el caso de RFID se da un paso más en cuanto a la sensibilidad de la información, ya que sabemos quién, cuándo y dónde, pero con una regulación estricta, esta tecnología reportará muchos más beneficios que perjuicios.

Pese a las objeciones de algunos colectivos, este tipo de avances son imparables ya que reportan grandes beneficios a las empresas y comodidad a los usuarios. Así que os aseguro que poco a poco, veremos como esta tecnología se introduce en nuestras vidas.

Me resisto a acabar este post sin daros un ejemplo de una aplicación ingeniosa de RFID. El gobierno Japonés ha anunciado un proyecto para desarrollar técnicas que, basadas en el uso de etiquetas RFID, ayuden a localizar supervivientes de catástrofes naturales.

La idea es volar sobre el área afectada rociándola con miles de sensores capaces de detectar calor y pequeñas vibraciones. Estas pequeñas 'motas' (hablaré de este concepto en otro post ya que está íntimamente relacionado con RFID) serán capaces de detectar fuentes de calor o señales de movimiento comunicando su posición y la lectura de sus sensores a los lectores dispuestos en los alrededores del área 'sembrada'.

Se trata de una interesantísima aplicación de un derivado de esta tecnología que permite encontrar supervivientes en una zona incomunicada.

Japón sufre un continuo riesgo por terremoto y tsunamis. Este tipo de desastres dificultan la tarea de búsqueda y recuperación de supervivientes ya que las carreteras suelen volverse impracticables e incluso los teléfonos móviles pueden no funcionar debido al colapso que sufre el servico por la gran cantidad de gente que intenta utilizarlo

Por finalizar, pienso que se trata de una tecnología innovadora (no una innovación negativa como describe Enrique Dans en su blog) que gozará de una total aceptación en entornos empresariales y que, una vez regulado su uso y vencida la resistencia de los más paranóicos también encontrará un sinfín de aplicaciones en la vida cotidiana.


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