martes, enero 09, 2007

La Vida

Estar vivo es contar una historia con un principio que no se recuerda y un final del que no se conoce nada. Todas las historias tienen un comienzo; el comienzo de la mía desaparece en el limbo.

Como tú, como todos, he perdido para siempre el recuerdo de mi nacimiento. ¿Nací el día en que mi madre me trajo al mundo, o bien la noche en que se amaron mis padres? y, antes de ese instante ¿dónde estaba lo que un día se uniría para convertirse en mí? ¿dónde estaba dispersada esa galaxia de decenas de miles y miles de millones de átomos que iba a convertirse en mí? ¿Qué planta, qué piedra , qué animal, qué rostro formaron antes de encontrarse en mí? Y antes incluso de que apareciera la vida, antes incluso de que la Tierra se formara a partir de polvo de estrellas, ¿dónde estaban?, ¿dónde estaban las piezas de ese rompecabezas? ¿existía ya algo de lo que un día se convertiría en mí en los orígenes de los orígenes cuando el universo surgió de repente del vacío? Mi historia, nuestra historia, se confunde con la historia del Universo...

Al principio de los principios, en el origen de los orígenes, no había NADA. No se puede hablar de tiempo, pues el tiempo no existía. Tampoco se puede hablar de ningún país o de cualquier otro lugar, pues el espacio no existía. Sólo la nada más absoluta, oscura, más negra que una noche sin luna, más silenciosa que una tumba, un vacío absoluto hasta lo inimaginable.

De repente ese vacío da a luz un minúsculo huevo de energía y materia concentrada que se ha terminado conociendo como BigBang, una singularidad física. Es el nacimiento del espacio,... y del tiempo.

El Universo recién nacido se expande a toda velocidad, hinchándose como un globo. Primero la masa que lo forma es lisa y uniforme, después aparecen grumos, sutiles nubes de gas que se transformarán en las galaxias. En esas galaxias nacen las estrellas, hogueras ardientes donde se forman todos los átomos que componen nuestro mundo. Esos minúsculos granos de materia se dispersan como el polvo al viento y siembran el espacio. Los átomos que formarán las nubes, las montañas, las mariposas, los tigres, las flores, y a nosotros y a nuestros sistemas nerviosos capaces de sentir emociones como el Amor, mostrar destreza y curiosidad, y preguntarse por el origen último de la Vida.

En un rincón alejado y oscuro del universo se forma la Vía Láctea, un vivero de cien mil millones de estrellas. En los suburbios de esta nueva galaxia, nace el planeta Tierra, que crece alimentándose de los restos que una estrella nueva, el Sol, dejó por el camino durante su formación. La joven Tierra quema como un plato recién salido del horno. En un principio la Tierra no es tierra, es únicamente fuego. El Planeta Fuego.

Las rocas fundidas del suelo por fin se solidifican y el vapor del del cielo se precipita como un diluvio sobre la Tierra creando los mares y los océanos primigenios. Esta intensa lluvia continua durante millones de años, el Planeta Fuego se convierte entonces en el Planeta Mar.

Pero el agua de este diluvio, que ha llenado todos los océanos y hace fluir ríos sobre la tierra aún humeante, no es un cuerpo como los demás, es un caos informe capaz de adoptar todas las formas. Es la argamasa universal, la salsa de la Vida que permite todas las mezclas. Gracias a este elixir, la materia sigue un camino azaroso sobre la Tierra, hacia la Vida.

En pequeños crisoles calentados por el sol se forma una sustancia que constituirá la esencia de nuestros orígenes. La materia intenta una nueva forma de existencia que resiste el poder devastador del tiempo. Minúsculos seres adoptan formas de burbujas replegadas sobre sí mismas que intentan separar su interior del exterior, como pequeños mundos cerrados, más pequeños que granos de arena. Son las primeras manifestaciones de la Vida.

Si dejas caer una gota de leche en el agua, verás aparecer por un instante formas regulares que parecen vivas. Pero eso no es vida. Se disipa y es arrastrada por el caos. Incluso el humo sabe crear formas... que se desvanecen casi tan aprisa como nacen.

La Vida es una forma que perdura, una forma en lucha contra el tiempo, que dura a pesar de la Ley Universal - la Termodinámica- que empuja a cualquier cosa organizada hacia el desorden, hacia el caos.

Y lo más extraño de todo, es que la vida es una forma que se mantiene semejante a sí misma aún cuando la materia de la que está hecha se renueva sin cesar. Mi boca, mis labios, los dedos que escriben este texto han cambiado continuamente sus células desde que mi vida empezó. Cada hora del día mueren miles de millones de ellas y son reemplazadas en mi cuerpo por otras nuevas. Sin embargo, yo sigo siendo yo, como el río sigue siendo río aunque por su lecho fluya agua siempre nueva.
No somos seres hechos de materia, somos formas irrigadas de materia, ríos de materia viva que trazan su sinuoso curso en la inmensidad del tiempo y del espacio. La Vida sustenta su propio movimiento una y otra vez, como una danza mágica...

La vida tenía todo el océano para sí y durante tres mil millones de años estuvo satisfecha, pero para un carnero la hierba siempre parece más mucho verde y apetitosa fuera del cercado, y más allá de las orillas se extendía el mundo virgen de las tierras elegidas.

Fue así como los peces se adaptaron al paraíso terrestre y surgieron los primeros animales con patas capaces de vivir fuera de los mares y océanos. La Tierra se cubrió de criaturas, y millones de garras, uñas y pezuñas inundaron los suelos de los continentes.

El agua te envuelve y te arrastra en una benévola danza que ayuda a los organismos a sobrevivir. Aventurarse a tierra firme es una decisión dura, como cambiar de planeta; se acabó la danza, hay que caminar y la gravedad se muestra con toda su crueldad. El cuerpo se vuelve pesado, muy pesado y es la pata con su estructura ósea la que los sostiene, como un pilar vivo.

El mundo es un laberinto lleno de misterios y peligros. Perdido en esta inmensidad cada ser traza a su alrededor una frontera invisible. Dentro de ese círculo mágico, en ese espacio familiar, el que conoce cada rincón se siente seguro. Si un desconocido transgrede este límite, llega el momento del combate, la lucha propiciada por obtener unos recursos que por desgracia son limitados y sin los cuales la Vida no puede mantenerse.

La Vida comenzó, y sigue siendo, frágil, sin embargo proliferó, derramándose sobre los continentes como la espuma que surge de una olla de leche hirviendo.

Uno más uno igual a tres. ¡Que extraña forma de hacer sus cuentas tiene la Vida!. Es así, con esta magia, como engendra muchedumbres y fabrica multitudes, pero antes de ser tres, uno debe unirse a uno, como dos polos opuestos que se atraen y se unen el uno con el otro.

Así nació el Amor. Todos hemos nacido de esta regla del juego de la Vida que requiere que se unan dos para que exista un tercero. Cada uno posee únicamente la mitad de lo que hace falta para poder crear a otro, y la naturaleza proporciona un medio para acercarse a la segunda mitad, la seducción.

La seducción es una fuerza que actúa a distancia, como la atracción gravitatoria. Es una llamada poderosa, acuciante. Nunca se ha visto que la belleza armonice con la impaciencia. En el Amor, el camino que serpentea es siempre el camino más corto. Cuando los amantes se conocen se abrazan, se mezclan como el fuego se mezcla con el humo.

Es el Amor quien me sacó de la nada. Y luego tuve dos vidas. Una la que viví en el vientre de mi madre, y la otra, la que he vivido en este mundo. Desde el momento en que fui concebido hasta que nací, viví una versión reducida de la historia del Génesis. Al principio era una criatura acuática, la bolsa de aguas reemplazaba el mar primitivo del principio del mundo. En esa época en la que apenas era del tamaño de una habichuela, tenía un parecido sorprendente con los animales. Es en esa época en la que se modelan poco a poco nuestros cuerpos, y todos nos parecemos como ríos, porque somos como chorros de agua que brotan de una misma fuente, como las nervaduras de una misma hoja, como las ramas de un mismo árbol.

Todos somos miembros de una misma tribu: la gran Tribu de los Vivos. Así que yo era en parte pez y en parte rana cuando aún vivía en el vientre de mi madre, con branquias en el cuello y aletas en los costados, flotando en las aguas de mi mullido y flexible acuario.

Cada ser se construye célula tras célula, como un gran pueblo, con sus calles y sus barrios, mientras late el tam-tam del corazón y las venas trazan en el cuerpo las mismas figuras que los ríos en la Tierra.

La materia tiende al caos como el río tiende al mar. Los seres vivos somos como piraguas luchando contra la corriente del tiempo. Hacemos trampas con el tiempo, pero él solo conoce un camino, sólo sigue una pendiente, la que lleva a la degradación.

Reservamos nuestra forma de seres vivos destruyendo a otros seres vivos. Nuestra existencia es siempre el resultado de la depredación, porque la vida es así, en cierta forma caníbal. La Vida devora a la Vida.

Todo lo que empieza debe acabar, sino ¿para qué serviría el tiempo?

¿Quién ha visto que un río remonte hasta su origen? ¿o que un polluelo vuelva a su huevo? El fuego devorador acaba siempre por perder su apetito y extinguirse. La montaña erguida acaba por arrodillarse y extenderse como una llanura, y la Vida, la Vida se toma al revés la Ley del tiempo, se construye, crece y embellece en un mundo en el que todo se precipita a un gran desorden, huye de la calma y tranquilidad de lo inanimado y avanza decididamente como un equilibrista sobre la cuerda floja, rechazando el ajuste de cuentas.

Pero no podemos huir eternamente del paso del tiempo. En el Cosmos eso está prohibido.

Un día mi cuerpo abandonará la lucha y devolverá al mundo la materia de la que está hecho. Esta colección de miles de millones de átomos que soy, morirá como mueren las estrellas, sembrando el espacio con su materia. Todos los átomos que un día vinieron a reir, a llorar, a aprender, a conocer, a enamorarse y a danzar en mí, darán vueltas y más vueltas y luego, por último, un día se irán... y volverán a danzar en otro tiempo, en otro lugar, en otro cuerpo.

Todo lo que empieza debe acabar. Esto es así en todo el Universo, en todo el Cosmos.

Aceptémoslo y disfrutemos, en la medida de lo posible, de los grandes misterios planteados por la Vida y la Consciencia.


-- Texto extraído y modificado del film Génesis.

lunes, enero 08, 2007

Galileo Galilei

Tal día como hoy, 8 de enero, pero en el año 1642, fallecía Galileo Galilei, el padre de la ciencia moderna.

Tras el desarrollo y perfeccionamiento del invento que lo hizo célebre, el telescopio, descubrirá la naturaleza de la Vía láctea, podrá contar las estrellas de la constelación de Orión y constatará que ciertas estrellas visibles a simple vista son, en verdad, cúmulos de estrellas. Galileo también observó los anillos de Saturno -aunque no descubre su naturaleza- y estudió las manchas solares.

El 7 de enero 1610, Galileo hace un descubrimiento capital : remarca 3 estrellas pequeñas en la periferia de Júpiter. Después de varias noches de observación, descubre que son cuatro y que giran alrededor del planeta. Se trata de los satélites de Júpiter, que llama Calixto, Europa, Ganímedes e Io, (llamadas hoy satélites galileanos en su honor).

El 4 de marzo 1610, publica en Florencia sus descubrimientos dentro de El mesajero de las estrellas (Sidereus Nuncius), resultado de sus primeras observaciones estelares.

Para él, Júpiter y sus satélites son un modelo del sistema solar. Gracias a ellos, piensa poder demostrar que las órbitas de cristal de Aristóteles no existen y que todos los cuerpos celestes no giran alrededor de la Tierra. Es un golpe muy duro a los aristotélicos. El corrige también a ciertos copernicanos que pretenden que todos los cuerpos celestes giran alrededor del Sol.

El 21 de febrero de 1632, Galileo, protegido por el papa Urbano VIII y el gran duque de Toscana Fernando II de Medicis, publica en Florencia su diálogo de los Massimi Sistemi (Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo), donde se burla implícitamente del geocentrismo de Ptolomeo.

El 22 de junio 1633, en el convento dominicano de Santa María, se emite la sentencia : Galileo es condenado a la prisión de por vida (pena inmediatemente conmutada por residencia de por vida por Urbano VIII) y su obra es prohibida. Aún con así, Galileo cede y se retracta.

En 1642, Galileo fallecía a la edad de 78 años, mientras trabajaba en el perfeccionamiento del reloj de péndulo, tras haber vivido una vida maravillosamente creativa y fructífera, únicamente ensombrecida y amargada por el oscurantismo y las maniobras religioso-políticas propias de aquellos que ostentaban el poder.